20/8/11

No me digas que ha repetido. (II)

                -Como en los viejos tiempos… -dice ella, sonriendo ante la puerta abierta, aún sabiendo que su mejor amigo está detrás de ella. Le oye respirar.
Nada más entrar, la abraza, cómo si no hubiera mejor cura que aquello para lo que fuera que tuviera.
                -Eres increíbl.. –intenta decir Carles.
Ella le pone el dedo sobre los labios y sonríe mientras recuerda cómo empezó todo.

                -No me digas que ha repetido.
                -Sí, y le han puesto en nuestra clase.
                -Pues espero que no nos sienten por lista.
                -Es verdad, estaríais juntitos –dice Amanda, con una sonrisa socarrona.
                -Cállate.
Ambos pasan a la parte baja del loft. Una casa abierta, de techo alto, sin paredes, lo que Carles siempre había soñado.
                -Esto es genial.
                -Sí, ¿verdad?
Ella se pasea de un lado a otro, pasa la mano por el sofá, cuero y terciopelo, perfecto. Se sienta en todos y cada uno de los taburetes de la barra que separa la cocina del salón, y que hará las veces de mesa de comedor.
Carles sonríe al verla. Parece una niña pequeña, cómo a él le gusta.
                -¿Qué te pasa…? –pregunta Ebony, cuando cae en la cuenta del verdadero por qué de que esté allí.
                -Es todo esto…
                -¿Estás agobiado? Pero si ya lo tienes todo perfecto…
                -No, no es eso… Es justo como soñamos.
Ambos sonríen.
                -Es solo que… Está vacío.
Ebony se acerca a la posición de su amigo, en el lado izquierdo del sofá, cómo siempre.
                -Te has tirado dos años, día tras día, en mi habitación, en el sofá de mi casa, acurrucada… ¡Incluso tenias tu propio cepillo de dientes! –alcanza a recordar. Sonríen.
-Bueno, entonces nos vendría bien una sobredosis de viejos tiempos, ¿no?
Carles la mira, ella sonríe. Él levanta una ceja mientras ríe, ella se levanta del sofá con la misma sonrisa.
                -Pero qué guapa eres, qué suerte tengo, coño.
Ella ríe con fuerza y niega con la cabeza.
                -Gracias, gracias de verdad –dice Carles.
Y, sin tener un por qué definido, Ebony empieza a perseguirle.
Alcanza un cojín, y se lo tira. Él lo esquiva sin problemas.
                -No lo digas.
Él ríe. Ella sigue corriendo.
Carles se detiene. La mira. Sonríe.
                -Gracias.
Y comienza de nuevo la carrera. Los cojines vuelan y las risas continúan.
                -Gracias.
                -Gracias.
Ambos, sin aliento, caen abrazados en la cama. No saben cómo, han acabado en la segunda planta del alto techo de la casa.
-Gra… cias –consigue volver a decir él. Después de unas quince más.
Ebony deja caer la mano abierta, en la cara de su amigo, tapándola por completo.

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